La cata de vinos blancos
Los vinos blancos son delicados y perfumados. Rescatan los aires frescos y refrescantes de las uvas, en boca deberían ser melosos y suaves.
La vista en los vinos blancos
Según el proceso de elaboración seguido, los colores de los vinos blancos serán más o menos oxidados, dorados o verdosos. La gama de colores puede ir del amarillo pálido (que indica su juventud) hasta los dorados de los más viejos. También nos encontramos con tonos maderizados pero ese color solo es propio de los generosos muy viejos.
La evolución del color de los blancos se debe a la oxidación progresiva de los constituyentes del color, las flavonas, que van oscureciéndose y perdiendo brillantez.
Los reflejos verdosos y brillantes denotarán juventud; reflejos dorados y tonos apagados, añejamiento.
El olfato
Los aromas son relativamente intensos. Recuerdan a fruta, flores y hierbas. Son propios del tipo de variedades utilizadas en la elaboración. También se aprecian aromas secundarios, aromas de frutas muy maduras como la manzana.
Cuando catamos caldos jóvenes, su aroma nos remite a productos perecederos. En los blancos criados en barrica, además percibiremos aromas a madera, ahumados…
Aromas jóvenes. Destacan los frutales como los cítricos, tropicales, a fruta blanca, de hueso…, los florales tales como rosa, nardos, romero y los vegetales: hierba fresca, menta, flor de viña…
El gusto
El frescor y la suavidad son las características principales de los vinos blancos. También podemos decir que se caracterizan por el antagonismo de dos gustos: dulce y ácido. El primero lo aportan el alcohol y los azúcares residuales y el segundo, los ácidos del vino.
El equilibrio de estos componentes da el carácter a los blancos. Por regla general, los vinos blancos jóvenes acostumbran a ser ligeramente ácidos y secos, de donde procede su sensación de frescor. Al catar un blanco debemos expresar si es más o menos ácido. Los blancos con crianza son más equilibrados y sedosos en boca, con un posgusto más largo.
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